martes, 7 de febrero de 2012

Biografía del armenio Missak Manouchian

Missak Manouchian (1906-1944)

      Héroe de la resistencia antifascista francesa, Missak (Miguel) Manouchian nació el 1 de septiembre de 1906 en el seno de una familia de campesinos armenios en la pequeña aldea de Adyaman, en Turquía.

      Tenía ocho años cuando su padre fue asesinado por militares nacionalistas turcos dentro del espantoso genocidio armenio cometido cuando al finalizar la I Guerra Mundial desaparece el Imperio Otomano. Inmediatamente después falleció su madre de una enfermedad agravada por el hambre que sacudió a Armenia
tras la masacre. País marcado por aquella horripilante tragedia, Armenia sólo sobrevive gracias a la parte de la población que habitaba en la Unión Soviética y que fue protegida por los bolcheviques. Al otro lado de la frontera soviética, cerca de dos millones de armenios fueron asesinados y el resto de la población se dispersó por todo el mundo en 1920.

      Aquel espanto marcó para siempre la biografía de Missak, desde entonces un niño reservado y taciturno acogido inicialmente por una familia kurda y luego emigrado a la vecina Siria, que entonces era un protectorado francés. Le acompañaba su hermano Karabet, ambos recluidos en un orfanato con otros miles de niños desplazados.

      En 1924 trasladan a ambos hermanos Marsella, donde Missak aprendió el oficio de carpintero y trabajó noche y día en los empleos más variados. Más tarde ambos siguen viajando, esta vez hasta París, donde Karabet cae enfermo y su hermano tiene que trabajar para que ambos puedan sobrevivir en medio de la crisis y el paro. Encuentra empleo como tornero en Citroen pero Karabet muere en 1927 y Missak es despedido de la fábrica al estallar la gran crisis económica del capitalismo dos años después.

      Pero Manouchian no pierde el tiempo; es un joven con profundas inquietudes intelectuales y aprovecha el ocio forzoso para leer y estudiar; frecuenta la universidad obrera de París creada por la CGT, en la que -entre otros- imparte sus lecciones el filósofo comunista George Politzer. Junto con su amigo armenio Semma, funda sucesivamente dos revistas literarias, Tchank (Esfuerzo) y luego Machagouyt (Cultura), donde publican artículos sobre literatura francesa y armenia y traducen poemas de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud al armenio. Ambos amigos se inscriben como oyentes en la universidad de la Sorbona y siguen cursos de historia, literatura, filosofía y economía. También escriben versos, todos ellos con el aliento de una infinita melancolía que, como dijo Rosalía de Castro, es la materia prima con la que se escribe la poesía.

      En 1934 se afilia al Partido Comunista integrándose en la sección armenia de la MOI (Mano de Obra Inmigrante). En 1937 estuvo a la cabeza del Comité de Apoyo a Armenia y dirigió el periódico Zangou, el nombre de un río armenio.

      El anticomunismo abre las puertas al fascismo

      Como en toda Europa, tras la derrota de la guerra civil española la gran burguesía francesa se apresta a abrir las puertas de par en par a los fascistas, autóctonos y foráneos. Sus objetivos son siempre los mismos: el Frente Popular y el Partido Comunista. Pero en Francia ni siquiera necesitan una larga guerra. Adelantándose a los acontecimientos, en mayo de 1939 el Partido Comunista francés ya advirtió que la guerra había estallado. Los cagoulards (encapuchados), las bandas ultraderechistas, multiplican sus agresiones. No obstante, timoratos y vacilantes, los reformistas, los grupos pequeño burgueses y el propio gobierno de Daladier cierran los ojos y pretenden desarmar a la clase obrera y a las masas. Francia también tiene su quinta columna y la furia anticomunista sube de tono. En el Congreso de Nantes a los socialistas se les prohibe expresamente participar con los comunistas en las mismas organizaciones. La postura de los verdaderos antifascistas era la opuesta. El 25 de agosto, un comunicado del Partido Comunista decía lo siguiente: En el verdadero combate contra el fascismo agresor, el Partido Comunista reivindica su lugar en primera fila.

      La evidencia de los hechos es clamorosa: no son los fascistas franceses los que ilegalizan al Partido Comunista, sino los demócratas, y cabe añadir que lo hacen precisamente para facilitarle el camino a los fascistas. La actitud no es distinta de la que adoptó la República española frente a los conspiradores antes del 18 de julio.

      En Francia sólo ocho meses después de ilegalizar al Partido Comunista los nazis ya circulaban por las calles de París y no habían necesitado disparar ni un solo tiro porque los demócratas les habían dejado el terreno bien abonado.

      Aquel decisivo año de 1939 el gobierno francés –surgido del Frente Popular- envió de embajador al Madrid caído en manos del franquismo nada menos que a Petain para que conspirara con tranquilidad plena.

      El día antes de que la Wehrmacht desfilara por los Campos Elíseos, el general Weygand les entrega el poder en bandeja a los nazis para evitar una insurrección comunista en París.

      La preparación de la lucha armada

      Cuando en septiembre comienza la caza de los comunistas franceses, Manouchian es detenido en una redada e internado en el campo de concentración de Compiègne, del que es liberado después de algunas semanas.

      Se reincorpora a la organización clandestina, que prepara la lucha armada. Pero el Partido Comunista reacciona tarde y no siempre de manera adecuada. No es capaz de deshacerse del legalismo burgués con rapidez.

      Sólo en la primera semana de julio de 1940 caen sucesivamente nueve organizaciones de propaganda
en la región de París, con un saldo de 90 militantes detenidos y 63 internados.

      En marzo de 1941 el gobierno de Vichy reconoce la existencia de 18.000 presos políticos, comunistas la mayor parte de ellos. Hasta octubre de 1940 no crea los primeros destacamentos militares bajo el nombre de Organización Especial que, inicialmente, se limita a proteger la distribución de la propaganda. Por tanto, subordina la actividad clandestina a la actividad semilegal del Partido.

      No sólo no se pone la lucha en un primer plano, lo que hubiera sido erróneo en un primer momento, sino que tampoco se hacen preparativos para cuando se produzca esa eventualidad.

      Cuando los primeros cuadros del Partido Comunista caen detenidos, el MOI asume la continuidad de la lucha. Son veteranos de la guerra civil española, españoles y brigadistas llegados a Francia desde todos los rincones del mundo, curtidos en años de brega militar.

      En abril de 1942 las unidades de combate se reorganizan y en agosto Manouchian se encuentra en París a la cabeza de los FTPF-MOI, Francotiradores y Partisanos, Mano de Obra Inmigrante.

      Inicialmente el dirigente de los destacamentos de choque comunistas en la región de París fue un judío de Besarabia, Boris Holban y se componía de judíos rumanos y húngaros, aunque también había armenios, todos ellos instruidos por veteranos españoles en el arte de la guerrilla y la clandestinidad.

      A Holban le sustituye en la dirección otro judío, esta vez polaco, Josef Epstein, conocido como coronel Gilles, veterano de las Brigadas Internacionales en la  guerra civil.

      La red de Epstein la componen sólo tres núcleos clandestinos, de los cuales Manouchian dirige el que opera en el mismo núcleo urbano de París, integrado por 23 combatientes, entre ellos una joven rumana, Olga Bancic, iluminada por un rostro dulce de mirada acariciante.

      París como Stalingrado

      Desde finales de 1941 el destacamento está operativo, realizando principalmente atentados, sabotajes, descarrilamiento de trenes y colocación de explosivos. Sólo en diciembre de 1941 hubo 163 atentados y la actividad guerrillera fue frenética durante 1943, en el que ejecutarán un promedio de una acción cada
dos días.

      Si para entonces en Stalingrado un formidable Ejército Rojo está derrotando a las huestes hitlerianas, en las calles de París les humilla un pequeño destacamento guerrillero de judíos, españoles, italianos, rumanos y otros pueblos subhumanos. El mismo jefe de las SS, Himmler, ordena a Oberg, jefe de la policía y de las SS en Francia, acabar con esos terroristas judíos y extranjeros.

      Se refuerzan todas las medidas represivas; la Gestapo de París se pone en estado de máxima alerta y 200 sicarios franceses de una brigada especial de los Renseignements Généraux, que ya se habían destacado antes en la persecución de los comunistas, se dedican exclusivamente a trabajar para los ocupantes en la localización de Manouchian y su grupo al mando del comisario Barrachin.

      El día 16 de noviembre de 1943, por la mañana temprano, Manouchian sale de su domicilio, ya vigilado por los esbirros vichystas; se dirige a la estación de Lyon y toma un tren hasta Evry, donde debía entrevistarse con Josef Epstein, su responsable, a orillas del Sena.

      Cuando Manouchian baja del tren, desde el andén Epstein se apercibe de que está vigilado y en la misma estación echa a andar despacio hacia el río por la orilla izquierda, seguido a unos 50 metros por el armenio, que también se da cuenta del seguimiento de la policía vichysta cuando Epstein vuelve repetidas veces la cabeza hacia atrás para comprobarlo.

      Tras un corto recorrido, Epstein echa a correr inesperadamente, el inspector Chouffot le dispara varias veces y entre tres mercenarios vichystas consiguen detenerlo tras un largo forcejeo, esposándole las manos a la espalda. Vuelve a tratar de escapar pero tampoco lo logra.

      Otros dos inspectores logran detener a Manouchian en las proximidades, que no puede hacer uso del revólver 6.35 que lleva en el bolsillo de su abrigo.

      Con ellos prácticamente toda la red de guerrilla urbana queda desmantelada porque desde hacía unas cuantas semanas los Renseignements Généraux vigilaban a Manouchian, conocían sus contactos, sus refugios y su infraestructura en París.

      Es uno de los sellos vichystas que caracteriza a los mercenarios de los Renseignements Généraux: no tienen prisa por tirar de los hilos porque prefieren esperar y apoderarse de toda la red.

      La otra cara del sello es la traición a su propio pueblo y el servicio a los ocupantes nazis, su absoluta falta de escrúpulos: no fue la Gestapo alemana quien capturó a Manouchian y su grupo sino la propia policía francesa.

      Llega el momento de los interrogatorios y de las torturas a lo largo de interminables sesiones que se prolongan durante tres largos y sufridos meses en los que todos los detenidos tuvieron un comportamiento ejemplar.

      Epstein ni siquiera reconoció su nombre ante los esbirros vichystas. Había acciones en el sumario Manouchian que el tribunal militar alemán desconocía. Por ejemplo, el Thomas Elek también había incendiado en solitario y a plena luz del día una librería alemana en el bulevar de Saint-Michel, en pleno centro de París.

      Tampoco supieron nunca que Alfonso, Fontano y Rayman eran los autores del atentado que el 28 de julio de 1943 pulverizó el convoy repleto de oficiales alemanes al mando del París ocupado.

      Tras los interrogatorios, los colaboracionistas franceses pusieron a los detenidos en manos de sus verdugos nazis. Éstos habían concedido una inusitada propaganda a la detención y, por primera vez, celebraron un juicio público, con presencia de la prensa y grabado con cámaras de cine. 30 diarios colaboracionistas franceses y extranjeros acuden a la sesiones de juicio.

      Ahí es donde acaba la parte estrictamente vichysta y comienza el estilo nazi, la combinación de la represión con la propaganda, el terror con la mentira.

      Sólo quedan seis meses para que caiga París en manos de la resistencia pero, quizá precisamente por eso, hasta el último momento los nazis organizan un espectáculo que pretende demostrar su invulnerabilidad.

      El terror y la mentira

      Aparentemente el juicio se prolonga durante tres días, pero en realidad sólo hubo una sesión el viernes 19 de febrero; el resto fue un montaje publicitario de los nazis: los guerrilleros ya estaban fusilados.

      El coronel hitleriano que presidía el tribunal militar lo expresó con claridad: había que hacer saber a la opinión francesa hasta qué punto su patria estaba en peligro.

      El sarcasmo no podía ser mayor: la patria francesa no estaba en peligro por la ocupación alemana sino por los terroristas extranjeros, especialmente judíos, que dirigía Manouchian.

      Es precisamente Celestino Alfonso quien lo explica durante el juicio, dejando una imagen nítida de lo que es el verdadero internacionalismo proletario: Considero que todo obrero consciente debe, allá donde esté, defender a su clase. En efecto, los comunistas no tenemos otra patria más que el proletariado internacional; donde hay un obrero explotado ahí está nuestra patria. En esta línea, los comunistas españoles y los brigadistas que habían combatido en nuestra guerra dejaron un recuerdo imborrable en Francia.

      En contraste, los nazis trataban de dividir atizando el racismo y presentando a la guerrilla urbana como extranjeros que pretendían destruir a Francia. Una cosa está vinculada a la otra:

      es en aquel proceso de París cuando los nazis comienzan a equiparar a los comunistas con los terroristas, y para convencer a las masas de ello no dudan en desplegar la más fantástica campaña de propaganda, simbolizada por el famoso affiche rouge que se encargan de colocar en cada rincón y en cada calle de la Francia ocupada.

      Los nombres de los guerrilleros que figuraban en el cartel y las menciones de cada uno de ellos son las siguientes:

      Fingercwajg, judío polaco, 3 atentados, 5 descarrilamientos; Boczow, judío húngaro, jefe de los descarriladores, 20 atentados; Witchitz, judío polaco, 15 atentados; Wajsbrot, judío polaco, 1 atentado, 3 descarrilamientos, Elek, judío húngaro, 8 descarrilamientos, Grzywacz, judío polaco, 2 atentados, Fontanot, comunista italiano, 12 atentados; Rayman, judío polaco, 13 atentados; Alfonso, español rojo, 7 atentados.

      A Manouchian le atribuían todas las acciones de su destacamento: armenio, jefe de la banda, 56 atentados, 150 muertos, 600 heridos.

      Bajo las fotos de los terroristas insertaron imágenes de los descarrilamientos ferroviarios así como un arsenal de armas y los cuerpos acribillados a balazos de las víctimas de los terroristas.

      El título parecía puesto por la AVT y resumía las intenciones de los nazis: ¿Liberadores?, y abajo La liberación por el ejército del crimen.

      Los vichystas hablaban de metecos, una expresión de origen griego que del francés puede traducirse tanto por extranjero como por vagabundo.

      La legítima lucha de resistencia se equipara con el bandidaje común, un complot extranjero, la demostración de que efectivamente era cierto que existía una conspiración judía internacional dirigida contra Francia.

      No es muy conocido que el famoso affiche rouge no era sólo un cartel sino que también se difundió en forma
de octavilla, de mano en mano, en cuyo reverso decía lo siguiente:

      Aunque los franceses roban, sabotean y matan, los que les mandan son siempre extranjeros; son siempre los parados y los criminales profesionales los que ejecutan; son siempre judíos los que les inspiran.

      La expresión judeo-bolchevique se puso de moda. Si antes los vichystas se habían encumbrado con la demagogia anticomunista, ahora se encendía el antisemitismo y la xenofobia más brutal.

      El coronel alemán que presidía el tribunal militar justificó así las penas de muerte:

      ¿De qué medio han salido estos terroristas? En la mayor parte de los casos los judíos o los comunistas están en cabeza de esas organizaciones [...] Como su objetivo es el logro del bolchevismo internacional, el destino de Francia y de los franceses no les interesa.

      Los fascistas enseñaron a la burguesía internacional una importante lección que ésta aún no ha olvidado desde entonces: no es suficiente con asesinar a los resistentes sino que tienen también que desacreditarlos, incluso de manera personal.

      Goebbels era el necesario complemento de Himmler. El terror tenía que ir acompañado de la demagogia para aislar a la resistencia, para que no cundiera el ejemplo de aquel heroico puñado de comunistas abnegados que con su ejemplo habían abierto una profunda brecha en la retaguardia.

      El día 19 de febrero de 1944 está grabado con fuego en la memoria de los antifascistas, una de nuestras fechas más amargas. 21 comunistas caen acribillados por un pelotón de fusilamiento nazi en el monte Valérien:

      componían el grupo de Manouchian 8 polacos, 5 italianos, 3 húngaros, 2 armenios, un español, una rumana... y tres franceses que no figuraban en el cartel para no estropear la campaña xenófoba. Nueve eran judíos y todos militantes de las distintas secciones de la  Internacional Comunista:

      Olga Bancic (rumana)
      Josef Boczov (rumano)
      Georges Cloarec (francés)
      Roger Rouxel (francés)
      Robert Witchitz (francés)
      Rino Della Negra (italiano)
      Spartaco Fontano (italiano)
      Césare Luccarini (italiano)
      Antoine Salvadori (italiano)
      Amedeo Usseglio (italiano)
      Thomas Elek (húngaro)
      Emeric Glasz (húngaro)
      Maurice Fingercwajg (polaco)
      Jonas Geduldig (polaco)
      Léon Goldberg (polaco)
      Szlama Grzywacz (polaco)
      Stanislas Kubacki (polaco)
      Marcel Rayman (polaco)
      Willy Szapiro (polaco)
      Wolf Wajsbrot (polaco)
      Arpen Lavitian (armenio)
      Missak Manouchian (armenio)
      Celestino Alfonso (español)

      El monte Valérien es una pequeña colina coronada por un fuerte militar en Suresnes, en París, cerca del bosque de Bolonia. Allí mismo había sido fusilado en 1942 George Politzer y aquel alumno aventajado de semblante reservado siguió idéntico destino que su maestro como prueba de que los nazis querían silenciar para siempre el pensamiento libre. Allí está, aún fresca, la sangre de aquel poeta armenio y universal que empuñó la pistola con la misma amargura con la que antes había escrito versos. De aquellos héroes sólo la joven rumana de rostro dulce, Olga Bancic, se libró de ser fusilada con sus camaradas, que son también los nuestros: sería decapitada más tarde con un hacha por la barbarie nazi en la prisión de Stuttgart el mismo dia que cumplía 32 años.

      El 11 de abril se repitió la macabra ceremonia con Epstein y otros 28 combatientes de los destacamentos militares antifascistas.

      Entonces todo pareció acabado como si el silencio se hubiera apoderado para siempre de las adoquinadas calles de París, como si nadie fuera capaz de coger el relevo de unos gigantes de la talla de Epstein y Manouchian, como si los fascistas y su terror hubieran logrado paralizar el ánimo. Pocos pudieron apercibirse de que precisamente entonces, aquella primavera presagiaba la definitiva caída de los nazis y sus socios vichystas, a quienes sólo quedaban cuatro meses de vida pero que necesariamente debían marcharse matando porque matando habían llegado.

      Poco a poco, encima de los carteles el pueblo francés escribe, a escondidas, casi al unísono: Muertos por Francia.

      El relevo del puñado de héroes del monte Valérien no podía ser otro que, como si de una nueva Comuna
se tratara, las masas parisinas que en agosto de aquel mismo año se sublevaron para echar a los ocupantes.

      Como abriendo brecha, por delante habían ido los hombres de Manouchian, y aquella gesta ha quedado grabada en la conciencia del proletariado francés con indelebles marcas de fuego.

      En 1955 ante las tumbas de aquellos héroes, Louis Aragon leyó por primera vez el famoso poema a ellos dedicado. Cuatro años después, el inolvidable músico libertario Léo Ferré (1916-1993) componía su emotivo L'affiche rouge y en 1976 Frank Cassenti rodó una película con el mismo título.

      Sabemos muy poco de las vidas de aquellos guerrilleros, casi nada comparado con lo que nos gustaría. Mélinée, la esposa de Manouchian, escribió un libro de recuerdos, reeditado en 1974 por Les Editeurs Français Réunis, pero no existe traducción al castellano (que haya llegado a nuestro conocimiento).

      Casi se trata de combatientes anónimos para nosotros. Sabemos lo importante, lo esencial: que sus vidas se llenaron en una lucha implacable contra el fascismo. No eran diletantes intelectuales, no escribían largas parrafadas porque casi siempre la resistencia está ligada al silencio y los que hablan mucho bregan muy poco.

      Sabemos que Josef Boczov (Josef Ferenz Wolf) nació el 3 de agosto de 1905 en Felsobanya (Hungría). Era carpintero y antiguo voluntario de las Brigadas Internacionales en España. Sabemos que fue quien inventó las técnicas de descarrilamiento de trenes del grupo, así como quien desarrolló las técnicas de voladura mediante explosivos.

      Guerrillero de origen rumano, Boczov fue un estrecho colaborador del comunista catalán Conrado Miret Musté en la época de la Organización Especial del Partido Comunista francés.

      A los fusilados sólo les dejaron escribir brevísimas cartas de despedida a sus familiares, a sus compañeras e hijos, en donde una exquisita sensibilidad aparece unida a la determinación más sólida. Manouchian le escribe a su compañera:

      Mi querida Melinée, mi amada huerfanita

      Dentro de algunas horas ya no estaré en este mundo. Voy a ser fusilado esta tarde a las 15 horas. Esto me llega como un accidente en mi vida, yo no lo creo, y sin embargo sé que no te veré nunca más.

      ¿Qué puedo escribirte? En mí todo está confuso y bien claro al mismo tiempo.

      Me comprometí en el ejército de liberación como soldado voluntario y muero a dos dedos de la victoria y del objetivo. Enhorabuena a los que nos van a seguir y a disfrutar de la dulzura de la libertad y de la paz de mañana. Estoy convencido de que el pueblo francés y todos los combatientes de la libertad sabrán honrar nuestra memoria dignamente.

      En el momento de morir, yo proclamo que no tengo ningún odio contra el pueblo alemán y contra quien quiera que sea, cada cual tendrá lo que se merezca como castigo y como recompensa.  El pueblo alemán y los demás pueblos vivirán en paz y en fraternidad tras la guerra, que no durará mucho. Enhorabuena a todos...

      Tengo una profunda lástima de no haberte hecho feliz, me hubiera gustado tener un hijo tuyo, como tú quisiste siempre. Te ruego, pues, que te cases después de la guerra, sin demora, y que tengas un hijo para mi felicidad y para cumplir mi última voluntad, cásate con alguien que pueda hacerte feliz. Todos mis bienes y todas mis cosas te las lego a tí, a tu hermana y a mis sobrinos. Después de la guerra podrás hacer valer tu derecho a una pensión de guerra en tanto que mi mujer, porque muero como soldado regular del ejército francés de liberación.

      Con la ayuda de los amigos que quieran honrarme, edita mis poemas y mis escritos que merezcan ser leídos. Si es posible, lleva mis recuerdos a mis familiares en Armenia. Moriré con mis 23 camaradas siempre con el ánimo y la serenidad de un hombre que tiene la conciencia bien tranquila, porque personalmente no
he hecho ningún mal a nadie y si lo he hecho, lo hice sin odio.

      Hoy no hace sol. Contemplando el sol y la naturaleza bella que tanto he amado, diré adiós a la vida y a todos vosotros, mi querida mujer y mis queridos amigos. Perdono a todos los que me han hecho daño o han querido hacérmelo, salvo al que nos ha traicionado para salvar su pellejo y los que nos han vendido. Te abrazo muy fuerte así como a tu hermana y a todos los amigos que me conocen de lejos o de cerca, os estrecho a todos sobre mi corazón.

      Adiós. Tu amigo, tu camarada, tu marido.
      Manouchian Michel.

      Leon Goldberg le escribe también a su compañera:

      ¿Qué quieres que te diga, cariño? Hay que morir algún día. Te he querido mucho, pero por eso no debes olvidar que tu vida continúa para tí [...] La vida será mejor para vosotros.

      Otro combatiene, Szlomo Grzywacz, se expresa de manera parecida:

      Hasta el último momento me comportaré... [ilegible] como se espera de un obrero judío. Voy a morir pero no me olvides nunca y, cuando tengas la posibilidad, si aún vive alguien de mi familia, cuéntaselo.

      Nosotros hoy, medio siglo después, gritamos eso mismo que a los pies del cadalso escribió Szlomo Grzywacz:

      ¡Cuéntaselo ! ¡No te calles ! ¡Difunde !
      ¡Que su memoria perdure fresca para continuar lo que ellos iniciaron !
      ¡Sigamos su ejemplo con la misma determinación !
      ¡Hasta erradicar el fascismo en todo el mundo!

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